Juguemos en el bosque…

Aún recuerdo hacer casitas con almohadones, barquitos y aviones de papel, tiendas de campaña con horquillas y sábanas, hacer emparedados con lodo y hojas, y experimentos con extractos de flores. Momentos felices cuando estaba sola en casa sin hacer nada; y le añado a esto las correteadas en la calle jugando la tiene, la lata, las escondidas, y más. Tiempos que no volverán, pero lo más triste, es que difícilmente lo tienen nuestros niños de hoy.
Los competidores de nosotros, los padres, son muchos: la inseguridad en las calles, además de que ya no hay calles; las agendas ocupadas y sobrecargadas de padres e hijos y el bombardeo audiovisual que tienen nuestros niños. Las imágenes que ellos ven en los video juegos, en la televisión y en el cine están llenas de tantos efectos más allá de lo real, ya está todo elaborado y sobreprocesado, por lo que no incita al niño a imaginar nada. Por lo tanto, a un niño de hoy le cuesta más imaginar, pensar, y crear. Se les presenta todo en exceso, sin embargo, a menudo les escuchamos decir, «estoy aburrido» . Son tantos los estímulos que sus niveles de atención son de muy corta duración, por lo que les cuesta involucrarse en actividades más exigentes. Esto lleva a un niño a no ser capaz de crear una historia, inventar un monstruo, o de hacer una bola con cinta adhesiva; y cuando este niño crezca se enfrentará a un mundo donde una de las cosas más importantes que se necesita para salir adelante es la creatividad.
Indicar al niño diversos caminos de diversión, sin descartar los actuales, es el papel que como guías debemos procurar los padres. Nuestro rol es de simples provocadores, tratando de que el niño a través del juego y de las actividades creativas artísticas, descubra, conozca y construya nuevas conexiones entre las cosas.

Brindemos a nuestros niños una educación que abarque múltiples posibilidades de resolver, de hacer y de pensar la misma cosa con métodos diferentes con lo que pueda explorar y disfrutar diversos resultados.

Analisa Williams
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